Naturalmente, sé que toda historia, también la de mi vida, es historia interpretada. Pero, en cuanto autobiografía, es historia interpretada por mí mismo y tiene, por ello, su propia autenticidad. No soy, ciertamente, de la opinión de Oscar Wilde, de que todo hombre tiene un discípulo, aunque habitualmente sea el Judas, el que escribe su biografía; también puede ser el discípulo preferido Juan. Querría, todavía con vida, en la medida en que pueda, evitar la formación de leyendas, sea esta intención bien intencionada o no. Quiero a la vez enfrentarme, puesto que en mí fluyen juntas mi historia biológica y la historia de la Iglesia, a esos historiógrafos armonizadores que en las recientes historias de la Iglesia, de la teología o de los concilios (¡el Vaticano II!) silencian lo que no les conviene y endulzan los conflictos. Una autobiografía con informaciones de primera mano puede ayudar a evitar hipótesis, suposiciones y falsas interpretaciones; aunque en mi difícil especialidad la charlatanería y el canibalismo biográficos han de temerse menos que en la política o los negocios.
Durante un tiempo, los estructuralistas, de proveniencia francesa sobre todo, quisieron ver en la historia sólo estructuras y procesos, e incluso creyeron poder proclamar la “muerte del sujeto”. Sin duda, cada yo se configura como respuesta al clima social e intelectual.
Pero, finalmente, también la “nouvelle histoire” ha corregido y abandonado su desprecio por los acontecimientos, por la historia de los hechos, por la historiografía narrativa y la biografía. Yo mismo lo he señalado en el caso de figuras de la historia mundial como el rey David o Martín Lutero: en la historia se da siempre una dialéctica eficaz entre estructuras y personas, instituciones y mentalidades.
En esos relatos se trata siempre de la verdad histórica, que no permite mezclar realidad e invención, hechos y ficción. Fue para mí, naturalmente, una tentación, cuando en los años ochenta vino en persona a Tubinga el escritor australiano Morris West, autor de bestsellers mundiales, como “Las sandalias del pescador”, a convencerme de que yo no podría seguir defendiéndome por mí mismo en mi camino cada vez más difícil y que él estaba dispuesto a hacerlo de buena gana por mí: mediante un “román vrai”. Pero yo no tenía interés alguno en una existencia de novela, en la que hay que estar distinguiendo siempre entre verdad y literatura, y no podía permitir a Morris West asomarse a un montón de documentos que sólo por la cantidad resultan inabarcables. También soy lo contrario de un Umberto Eco, que, como “filósofo de la obnubilación”, propone a su héroe “Baudolino” el consejo episcopal: “Si quieres ser hombre de escritura, tienes que mentir e inventar historias; si no, tu historia será aburrida”. Quizá sigue siendo la vida misma la que escribe las historias más interesantes, porque son verdaderas. Mi historia se atendrá en su conjunto a la cronología, pero no para narrar como un cronista unos hechos detrás de otros, sino entremezclando crónica y temas, para que quede de manifiesto cómo todo depende de todo.
Como testigo interesado en mi época y hombre cristiano, intento unir la intensidad de la vivencia con la claridad del análisis, para entender mejor el pasado a partir del presente. Y, como todo biógrafo, tengo que seleccionar, interpretar y valorar los hechos. Y aun manteniendo un apasionamiento al que ni puedo ni quiero renunciar, voy a procurar la mayor objetividad posible; incluso frente a mis adversarios. Más interesante que todo lo privado es para mí describir los acontecimientos políticos e históricos que he vivido; sin eludir por ello experiencias y crisis personales. Si en mis primeros cuarenta años ha habido algo así como un hilo conductor, se trata de la libertad: la lucha por la libertad tanto en la nación como en la Iglesia, en la teología como en la vida personal. Mi lucha por la libertad.
Consciente de la facilidad con que la memoria engaña, me he impuesto el trabajo de comprobar en las fuentes lo que había que comprobar y, luego, he pedido que lean y corrijan cada capítulo varios testigos del momento. Especial alegría me produjo el que leyeran el manuscrito varias veces dos colegas y amigos extraordinariamente competentes, con los que tengo relaciones desde hace decenas de años, y me hayan dado inapreciables consejos y orientaciones tanto de estilo como de contenido: el profesor de retórica y escritor, doctor y doctor honoris causa Walter Jens y el especialista en teología y literatura, profesor doctor y doctor honoris causa Karl-Josef Kuschel. El manuscrito ha sido leído intensamente y comprobado también por el doctor Günther Gebhardt, el doctor Tilomas Riplinger, Marianne Saur, el diplomado en teología Stephan Schlensog, Bettina Schmidt M.A. y el doctor Wolfgang Seibel SJ.
Muchos familiares, amigos y conocidos leyeron partes del manuscrito. Y de la realización técnica de las incontables versiones de este manuscrito se encargó Anette Stuber-Rousselle M.A., con el apoyo, según fuera necesario, de mis acreditadas secretarias Inge Baumann y Eleonore Henn. La composición y diseño del libro quedan, como en todas mis últimas obras, en las manos de Stephan Schlensog.
A todos ellos quisiera expresar mi más sincero agradecimiento. Y, en ellos, a las personas innumerables e innominadas que me han acompañado en el largo camino de mi vida y a las que dedico estas memorias.
La colaboración acreditada desde hace treinta años con la editorial Piper también esta vez se ha desarrollado, como siempre, sin problemas, de forma colegiada y objetiva: bajo la égida del director editorial Viktor Niemann, siendo responsables de la redacción Ulrich Wank y de la producción Hanns Polanetz, sin olvidar, para la publicidad, a Eva Brenndórfer y, para la comercialización, a Ingrid Ullrich. También a ellos, mis sinceras gracias.
Y una última cosa: el repaso intenso del pasado ayuda, a pesar de todo, a pensar de antemano en el futuro. Aun tratándose de memorias, mi mirada, Deo bene volente (si Dios quiere), sigue fija no hacia atrás, sino hacia adelante, llena de curiosidad por lo que puede venir. El segundo (y último) tomo de mi biografía espero que podrá relatar algo más sobre ese futuro.
Hans Küng
Tubinga, 1 de agosto de 2002