La cuestión de Dios es más importante que la cuestión de la Iglesia; pero en muchos casos la segunda se le cruza en el camino a la primera. Esto no debiera ser así. Y aquí se acomete el audaz ensayo de hacer ver que no debe ser así. Si en tal empeño no nos conformásemos con destacar a elección alguna que otra línea, sino que quisiéramos trazar un cuadro completo, nos veriamos desbordados por la amplitud de los problemas y la abundancia de la bibliografía. Ya por esta sola razón nos vemos obligados a concentramos, a limitar, a poner acentos, a tratar ciertos puntos con mayor extensión, y otros más brevemente, unos más intensamente, otros por mero perfil y secamente. Todo con un apasionamiento que no excluye la objetividad. ¿Y con qué derecho lo hacemos asi precisamente y no de otro modo? Hemos tratado de que los temas, las perspectivas, el equilibrio de las partes nos viniera del primitivo mensaje, a fin de que Ia luz de la Iglesia de los orígenes marque de nuevo el camino a la Iglesia de hoy.
Este punto de partida tiene consecuencias que sólo pueden responderse partiendo de los origenes. El que tenga reparos que opo ner, recuerde que éste es el método que se espera de la teología posconciliar: “La teología dogmática ha de ordenarse de manera que se expongan en primer lugar los mismos temas bíblicos”; partiendo de aquí, ha de darse luego, por medio de la investigación histórica, la penetración sistemática (Decreto sobre la formación sacerdotal, 16).
Mi obra Strukturen der Kirche (1962) ha de entenderse como prolegómeno a este libro.
El método empleado en este libro implica que el teólogo sistemático tenga que acudir, con excesiva frecuencia, al consejo del exegeta. De ahí mi cordial gratitud a mis colegas de Tubinga, pro fesor doctor Karl Hermann Schelkle y profesor doctor Herbert Haag, que han leído total o parcialmente el manuscrito y cuyas su gerencias han significado mucho para mí. Cordialmente agradezco también a mi colega de teología dogmática doctor Joseph Ratzinger la valiosa ayuda que me ha prestado. Vaya también mi agradecimiento a mis auxiliares doctor Gotthold Hasenhüttl y doctor Alexan dre Ganoczy, ahora profesor del Instituto católico de París, así como a todos mis colaboradores en el Instituto de estudios ecuménicos que me han ayudado incansablemente en la confección del manuscrito y en todo el trabajo de correcciones. A la señorita Christa Hempel le doy las gracias por la confección de los índices.