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Jesucristo el liberador

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La doctrina acerca de Cristo tiene su comienzo en el silencio. “Enmudezca y recójase, pues es el Absoluto” (Kierkegaard). Esto nada tiene que ver con el silencio mistagógico que, en su enmudecimiento, no pasa de ser palabrería del alma consigo misma. El silencio de la Iglesia es el silencio ante la Palabra. Al anunciar la Palabra, la Iglesia verdaderamente cae de rodillas en silencio ante lo Inefable y lo Inexpresable. La Palabra hablada es lo Inefable. Y lo Inefable es la Palabra. Pero la Palabra ha de ser hablada, porque es el gran grito que resuena en el campo de batalla (Lutero). Sin embargo, aunque sea gritada por la Iglesia para el mundo, la Palabra sigue siendo lo Inefable. Hablar de Cristo significa callar. Callar de Cristo significa hablar. La Palabra fecunda de la Iglesia, nacida del fecundo silencio, es la predicación acerca de Cristo.
Lo que intentamos hacer es ciencia acerca de esa predicación. Sin embargo, sólo en la predicación se revela su objeto. Hablar de Cristo deberá significar, necesariamente, hablar en el espacio silencioso de la Iglesia. Hacemos Cristología en el silencio humilde, insertos en la comunidad sacramental que adora. Rezar es, a un tiempo, callar y gritar delante de Dios y en presencia de Su Palabra. Como comunidad, nos hallamos reunidos en torno al contenido de Su Palabra, Cristo. Sin embargo, no estamos en un templo, sino en una clase. Y en este recinto académico debemos trabajar científicamente.
Como Palabra acerca de Cristo, la Cristología es una ciencia totalmente especial, porque su objeto es Cristo, la Palabra, el Lagos. Cristología quiere decir Palabra de la Palabra de Dios. Cristología es Logología. Consiguientemente, la Cristolo gía es la ciencia por excelencia, porque todo en ella gira en torno al Logos. Si ese Logos fuese nuestro propio Logos, entonces la Cristología sería la reflexión del Logos sobre sí mismo. Pero el Logos de la Cristología es el Logos de Dios. Su trascendencia, pues, hace de la Cristología la ciencia por excelencia, y su origen extrínseco la convierte en centro de la ciencia. Su objeto conserva permanentemente su trascendencia, porque se trata de una Persona. El Logos que aquí abordamos es una Persona. Este hombre es el Transcendente... Así pues, la Cristología es el centro aún no conocido y secreto de la universitas litterarum.

Dietrich Bonho.ffer
en su primera clase de Cristología,
Berlín, verano de 1933.
(Gesammelte Schriften, 3. Munich 1966, p. 167)

 

 

 
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