Este libro es el testimonio de vida de Bergoglio, que más que “El Jesuita” prefiero denominarlo “El Pastor”, que lega a los muchos con quienes compartió su senda existencial y especialmente a su grey. Hallará el lector en el mismo, en forma recurrente, las expresiones: “he pecado, ...me he equivocado, ...tales y cuales fueron mis defectos, ...el tiempo, la vida me han enseñado”. Aún en los temas ríspidos que hacen a la realidad argentina, a la actuación de la Iglesia en los años oscuros y a su propio accionar, percibirá el lector el relato expuesto con humildad y el constante afán por comprender y sentir al prójimo, especialmente al sufriente.
Habrá quien ha de discrepar con sus apreciaciones, pero más allá de toda crítica plausible todos coincidirán en la ponderación del plafón de humildad y comprensión con que encara cada uno de los temas. La obsesión de Bergoglio, que cual leitmotiv va y viene en todo el libro, puede definirse con los vocablos: encuentro y unidad. Entendiendo éste último como un estado de armonía entre los hombres, en el que cada uno desde su peculiaridad coopera para el crecimiento material y espiritual del otro, inspirado en un sentimiento de amor.
Bergoglio, siguiendo el texto bíblico, centra la base de sus reflexiones en el vocablo “amor”, que nos remite, entre otros, a los versículos: “Amarás al Eterno Tu Dios” (Deuteronomio 6: 5), “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19: 18), “Amarás al extranjero como a ti mismo” (Levítico 19: 34). Considerados por el Rabi Akiva (Bereshit Raba, Ed.Vilna, Parashah 24) cual síntesis de todas las enseñanzas de la Tora, y citadas en tal sentido por Jesús, de acuerdo a los textos de los
Evangelios (Mateo 22: 34-40, Lucas 10: 25-28). Es el vocablo que define al más excelso de los sentimientos del hombre, el cual le sirve como fuente de inspiración a Bergoglio en la realización de sus acciones y en la conformación de sus mensajes.
Hallará el lector en este texto la visión del cardenal referente a las problemáticas con que se enfrenta la Iglesia católica en el presente, detallando sin reserva alguna y con claro lenguaje crítico sus falencias. Del mismo modo cabe hallar su prédica por la recuperación de los valores en nuestro medio, la que le conllevó a enfrentar situaciones complejas con algunas autoridades gubernamentales que no supieron relacionar la misma con los mensajes de crítica sociopolítica que solían expresar los profetas en su tiempo. El maestro en la fe, de acuerdo a la cosmovisión bíblica, debe expresar su crítica a todos los miembros de la sociedad en la que predica, desde la tribuna del espíritu, la que se encuentra alejada de todo interés partidario. Las falencias sociales que pudo percibir a través de su encuentro con Dios, no pueden permanecer silenciadas en su ser, como lo expresó el profeta: “El Señor, Dios, ha hablado. ¿Quién no ha de profetizar?” (Amós 3: 18).
En mi niñez, mi padre, inmigrante nacido en Polonia, solía llevarnos a mi hermano y a mí a visitar los lugares históricos patrios. Al salir del Cabildo nos hizo observar la imagen que se halla en el frontispicio de la Catedral. Representa el encuentro de José con sus hermanos, nos dijo. Había yo escuchado acerca de las manifestaciones de antisemitismo que habían sufrido mis ancestros en Polonia, por lo que aquella imagen, que coronaba una Iglesia me embargó de esperanza. Llegará un día, pensé, en que cada uno reconozca su hermandad con el prójimo.
Entiendo este libro y muchas de las historias que en él son testimoniadas, cual tributo a esa esperanza, que compartimos hermanadamente desde hace muchos años, que ha enriquecido nuestra espiritualidad y seguramente nos ha acercado a Aquél que ha insuflado el hálito de vida en cada humano.
Rabino Abraham Skorka