Fondo

Es necesario que nos demos cuenta de una vez —dice, entre otras cosas, Vittorio Messori en estas páginas— del cúmulo de opiniones arbitrarias, deformaciones sustanciales y auténticas mentiras que gravitan sobre todo lo que históricamente concierne a la Iglesia. Nos encontramos literalmente sitiados por la malicia y el engaño: los católicos en su mayoría no reparan en ello, o no quieren hacerlo. Si recibo un golpe en la mejilla derecha, la perfección evangélica me propone ofrecer la izquierda. Pero si se atenta contra la verdad, la misma perfección evangélica me obliga a consagrarme para restablecerla: porque allá donde se extingue el respeto a la verdad, empieza a cerrarse para el hombre cualquier camino de salvación.
De esta firme convicción, me parece, ha nacido este libro, que esperamos se convierta de inmediato en un instrumento indispensable para la moderna acción pastoral. Algunas veces me imagino que el cuerpo de la cristiandad actual padece, por así decirlo, algún tipo de deficiencia inmunitaria. La agresión al Reino de Dios iam praesens in mysterio es fenómeno de todos los tiempos, y de ello el Señor nos ha avisado repetidamente, aunque en las últimas décadas no hemos escuchado mucho sus palabras sobre el tema.
En cambio, lo que especialmente caracteriza nuestra época es el principio de que no se debe reaccionar: la retórica del diálogo a toda costa, un malentendido irenismo, una rara especie de masoquismo eclesial parecen inhibir todas las defensas naturales de los cristianos, de manera que la virulencia de los elementos patógenos puede realizar sin obstáculos sus devastaciones.

La comunidad eclesial al encuentro de todos Misión continental, opción de renovación pastoral Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM Colombia, sin año de edición.
La opción realizada por los obispos en Aparecida busca que la Iglesia se convierta en una comunidad misionera. Ésta es una elección que significa renovar la actual estructura y práctica pastoral. No se trata de organizar una experiencia misionera que se agrega a lo ordinario dejando intacta la labor pastoral habitual. La Misión Continental no busca una nueva edición de las misiones tradicionales.
En Aparecida la voz de nuestros obispos ha logrado hacer resonancia de los signos de los tiempos: quieren generar un proceso de cambio que sea tan profundo como requiere el cambio de época que vivimos y los desafíos que nos plantea para realizar la misión de evangelizar. La propuesta a las Iglesias locales es que hagan suya la decisión de renovación pastoral, para desechar las estructuras caducas que ya no transmiten evangelio y, asumir la sencillez y radicalidad necesarias para mostrarse como una comunidad dispuesta a ser levadura en medio de las culturas de nuestro continente.
Meditando las implicaciones de la propuesta de ser una Iglesia en misión permanente, nos damos cuenta que no es cuestión de programación o de una actividad misionera más frecuente, sino de una verdadera transformación e innovación del quehacer de la Iglesia para que se transparente más su ser.
El Cardenal Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga al reflexionar sobre la conversión pastoral comparte algunas expresiones escuchadas en los pasillos de Aparecida: “debemos buscar un nuevo modelo pastoral… el actual ya está agotado”. Y si reflexionamos profundamente nos damos cuenta que es cierto. No podemos seguir haciendo más de lo mismo (Testigos de Aparecida, CELAM, p. 412).

Desde los mitos sumerio-acadios recogidos en el Génesis hasta la caída de Jerusalén en manos de los legionarios romanos de Pompeyo, recorren las páginas de este atlas imperios, reyes, pueblos, tradiciones, lenguas y culturas que han formado las bases de la civilización occidental. El libro más difundido de la humanidad, la Biblia, tiene una finalidad religiosa que fue condicionada por la evolución histórica. Durante siglos se fue redactando y revisando hasta adoptar la forma definitiva que leemos en las ediciones canónicas. Sin embargo, el texto bíblico no está solo en el relato de esa historia: la arqueología y otras muchas fuentes nos hablan del pueblo hebreo y su evolución, de las civilizaciones con las que entraron en contacto y de su modo de vida. Este atlas es a un tiempo una revisión del Próximo Oriente Antiguo, una historia de Israel antes de la era cristiana y un repaso de la relación entre el texto bíblico y los acontecimientos históricos. Estructurado de forma modular con 150 textos complementarios y cronologías, el atlas se apoya para la exposición visual de la información en 70 mapas y 28 gráficos. Un completo índice permite la localización de cualquier personaje o lugar mencionado en la obra. En el segundo tomo del atlas (II. Nuevo Testamento) se aborda el contexto histórico del origen del cristianismo, su difusión durante el imperio romano y algunos ecos en la historia posterior.

JOSÉ OCHOA, doctor en Filología Clásica y documentalista, ha trabajado en diferentes campos siempre con el interés puesto en la divulgación del conocimiento, la transmisión de la cultura y la arquitectura de la información en los nuevos medios. Traductor y autor multimedia para la Biblioteca Nacional, mantiene en internet un espacio de reflexión sobre la transmisión del saber y la tecnología (www.joseochoa.com).

 

¿Cuál es, pues, la razón de que se escribiera un libro tan incómodo? Sencillamente, ese libro se escribió porque ya era hora de hacerlo. Nada en él está dirigido contra la persona del papa, cuyas buenas intenciones siempre he mirado con respeto. Pero ya es hora:
1. De emprender una seria desmitologización y desideologización de la autoridad docente eclesiástica, que libere a la Iglesia católica de ciertas presunciones, violencias e infidelidades antiguas y modernas de la teología y la administración romanas;
2. De sacar las oportunas consecuencias de los principios formulados por el Vaticano I I, que, bajo la inspiración de Juan XXIII, renunció conscientemente a formular definiciones infalibles, y que, en contra del dogmatismo tradicional, ha exigido y en parte practicado una orientación más constructiva del kerigma cristiano en nuestros días;
3. De iniciar con toda lealtad una protesta abierta contra la orientación de la política eclesiástica en la etapa posconciliar, que en muchos puntos (regulación de nacimientos, matrimonios mixtos, celibato, elección de obispos, Iglesia holandesa, credo) redunda en perjuicio de los hombres y de la Iglesia misma;
4. De intentar una solución a las dificultades fundamentales que desde hace 450 años se oponen a la reunificación ecuménica de las Iglesias;
5. De reflexionar nuevamente sobre la condición histórica de la verdad en la Iglesia; de posibilitar una fundamentación mejor de la fe cristiana; de llevar a cabo una adecuada renovación de la doctrina católica, y de hacer viable en todas las cosas la manifestación renovada del mismo Cristo a través de un sistema eclesial que, hasta ahora, muchas veces ha estado en contradición con su mensaje.
¿No merece todo esto la pena del compromiso y el riesgo calculado? Mi libro intenta construir. Sin duda resultará medicina amarga para algunos —que me lo echen en cara sin pasión—; pero tal vez sea provechoso a la Iglesia.
Y, para terminar, dos palabras sobre este pequeño volumen: por desgracia, mi amigo Karl Rahner no sólo no ha querido discusión alguna antes de la divulgación de su artículo, sino que incluso ha rechazado la proposición que le hice de que mi respuesta se publicara junto con las críticas de Lohrer, Lehmann y la suya propia. Yo no quisiera atribuirlo a miedo a la verdad o, por lo menos, a la discusión.
En todo caso, Rahner me ha forzado a elegir este camino de publicar separadamente mi respuesta.

Tubinga, Pascua de 1971
HANS KUNG

 

Para comodidad del lector estudioso, .dividiremos este Tratado sobre la Iglesia en ocho partes: 1) Naturaleza de la Iglesia; 2) Fundación de la Iglesia; 3) Membresía; 4) La autoridad en la Iglesia; 5) El ministerio en la Iglesia; 6) Notas y dimensiones de la Iglesia; 7) Las Ordenanzas o Sacramentos de la Iglesia; 8) La Iglesia en el mundo. Añadiremos un breve apéndice sobre “La Iglesia hoy: su situación, causas y remedios”.
Estamos abiertos al diálogo y a toda critica constructiva. No hay obra humana perfecta; si la Iglesia, aun teniendo un fundamento divino, es imperfecta por lo que afecta a sus miembros, hombres siempre imperfectos, ¡cuál no será la imperfección de todo libro que se atreva a desvelar el ^misterio” que es la Iglesia de Cristo! Sin embargo, estamos convencidos de que el empeño en estudiar con oración y sinceridad, desde las páginas del Texto Sagrado, todo lo que acerca de este “misterio” se nos ha revelado, obtendrá como fruto un enriquecimiento espiritual de nuestras almas y un paso más en el peregrinaje hacia la culminación de la unidad (cf. Ef. 4:13), que es la meta del “varón perfecto”.

 

El Papa Benedicto XVI ha convocado a un Año de la Fe que comenzará el 11 de octubre de este año y terminará en la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, el 24 de noviembre de 2013. Con este Año de la Fe los católicos del mundo entero conmemoraremos los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II y los veinte años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. El Santo Padre, consciente de las graves dificultades que amenazan a la fe en el tiempo que vivimos, quiere que los católicos nos renovemos en la profesión de nuestra fe, entendida como el acto personal y comunitario de adhesión al Señor Jesús y de asentimiento a todas las enseñanzas de Jesucristo propuestas por la Iglesia.
En el motu propio Porta Fidei, el Papa nos recuerda que la puerta de la fe se comienza a cruzar con el sacramento del Bautismo, que nos da una vida nueva que plasma toda la existencia humana; y concluye con el paso de la muerte a la vida eterna. Por ello, todo nuestro peregrinar terreno es un caminar creciendo en la fe, que como dice San Agustín “se fortalece creyendo”.
Este Catecismo Menor, cuya novena edición corregida y aumentada, ponemos en tus manos, es un instrumento muy sencillo y útil para conocer y profundizar en los contenidos de nuestra fe. Se trata de un breve resumen del Catecismo de la Iglesia Católica, presentado con un lenguaje accesible a todos y con la tradicional metodología de preguntas y respuestas.
Hemos hecho un gran esfuerzo para elaborar una edición muy económica, de modo que se difunda en todas las parroquias, universidades y colegios de la Arquidiócesis, con el deseo de que todos los fieles católicos lo lean y que esta lectura los motive a seguir profundizando en la Palabra de Dios y en las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia.

Este libro es la continuación del primer tomo de Para leer la historia de la iglesia. Por eso, la numeración de los capítulos y de los textos de documentos en recuadro prosigue la del primer tomo. La obra está concebida según los mismos principios que el volumen anterior. El lector puede consultar la introducción del mismo para encontrar en él una guía de lectura y de trabajo.
A partir del siglo XVI, la historia de la iglesia reviste algunas características nuevas. La iglesia latina y la iglesia de oriente seguían ya caminos distintos desde hacía siglos. Con la Reforma, la iglesia latina se divide a su vez en varias confesiones rivales. Al mismo tiempo, como consecuencia de los grandes descubrimientos, el evangelio se anuncia en el mundo entero. En un período en que los estados se afirman y triunfa el absolutismo, la historia de la iglesia se convierte a menudo, incluso en el catolicismo, en la historia de las iglesias nacionales. No siempre resulta fácil en una obra tan corta dar cuenta de todos estos aspectos. En cuanto es posible, el autor se ha esforzado en dar lugar a todas las confesiones cristianas y a las nuevas iglesias de ultramar. Se ha esforzado igualmente en no limitar esta historia religiosa a la de Francia. Sin embargo, un autor habla siempre desde un lugar. En este caso, el punto de vista católico y el aspecto francés le resultan más familiares. Lo comprenderán los lectores francófonos.
La masa de acontecimientos que hay que presentar no permite exponerlo todo. Ha habido que hacer bastantes opciones: se han silenciado algunos hechos y personajes que muchos considerarán importantes. En función de su confesión, de su nacionalidad, de su lugar de vida, los lectores y los ~mimadores de grupos podrán completar el cuadro recurriendo a las obras citadas al final de los capítulos.

 

El texto que presentamos responde a la necesidad que se nos presentó de ofrecer a nuestros alumnos de la Universidad FASTA (Mar del Plata) una síntesis de los temas que enseñamos en la cátedra de Teología. Por eso, tiene todos los límites propios de una síntesis de temas distintos y complejos, y conviene tener presente la perspectiva desde la cual abordamos los temas.
Pretendemos hablar de la salvación o bien de la felicidad y de la plenitud del hombre, de aquello que realmente puede satisfacer las ansias de realización que todo ser humano tiene. Por eso, nos abocamos a la realización espiritual, pues el hombre está hecho de tal manera que no puede ser feliz de cualquier forma, sino poniendo en acto sus potencialidades tanto sensitivas como espirituales.
La naturaleza espiritual del hombre hace que no pueda llenarse con cualquier cosa, sino que busque naturalmente una Verdad que pueda saciar su inteligencia y un Bien que colme la capacidad de amar de su voluntad. Esa Verdad y ese Bien no pueden encontrarse sino en Dios: un Ser trascendente y personal que se comunica con los hombres.
En este volumen, pretendemos exponer sintéticamente la forma en que el hombre alcanza esa realización espiritual o salvación, cómo se encuentra con la Verdad y el Bien y en qué consiste esa plenitud que se inicia en el tiempo y se perfecciona en la eternidad.

 

Hasta donde mis conocimientos llegan al respecto, esta debe ser la primera vez que un rabino prologa un texto que compila los pensamientos de un sacerdote católico, en dos mil años de historia. Hecho que adquiere más relevancia aun cuando dicho sacerdote es el arzobispo de Buenos Aires, primado de la Argentina y cardenal consagrado por Juan Pablo II.
La misma frase con que se inician estas reflexiones, pero intercambiando el orden de los nombres y sus respectivos títulos, la he manifestado en ocasión de la presentación de un libro de mi autoría, en el 2006, prologado por el cardenal Bergoglio. No se trata de una devolución de gentilezas, sino de un sincero y exacto testimonio de un profundo diálogo entre dos amigos para quienes la búsqueda de Dios y de la dimensión de espiritualidad que sabe yacer en todo humano, fue y es una preocupación constante en sus vidas.
El diálogo interreligioso, materia que adquirió especial relevancia a partir del Concilio Vaticano II, suele comenzar con una etapa de ‘té y simpatía’, para pasar luego a la del diálogo que sabe acercar a ‘los temas ríspidos’. Con Bergoglio no hubo etapas. El acercamiento comenzó con un intercambio de ácidas chanzas acerca de los equipos de fútbol con los que simpatizamos, para pasar inmediatamente a la franqueza del diálogo que sabe de la sinceridad y el respeto. Cada uno le expresaba al otro su visión particular acerca de los múltiples temas que conforman la existencia. No hubo cálculos ni eufemismos, sino conceptos claros, directos. El uno abrió su corazón al otro, tal como define el Midrash a la verdadera amistad (Sifrei Devarim, Piska 305). Podemos disentir, pero siempre el uno se esfuerza por comprender el profundo sentir y pensar del otro. Y con todo aquello que emerge de nuestros valores comunes, los que surgen de los textos proféticos, hay un compromiso que supo plasmarse en múltiples acciones. Más allá de las interpretaciones y críticas que otros pudiesen hacer, caminamos juntos con nuestra verdad, con la compartida convicción que los círculos viciosos que degradan la condición humana pueden ser quebrados. Con la fe que el rumbo de la historia puede y debe ser trocado, que la visión bíblica de un mundo redimido, avizorado por los profetas, no es una mera utopía, sino una realidad alcanzable. Que sólo hace falta de gente comprometida para materializarla.

En nuestros días, llamamos ciencia a aquellas que se apoyan en comprobaciones empíricas, es decir, en la experiencia de un laboratorio, por ejemplo. La frase “lo he demostrado científicamente” nos refiere a que se realizó una prueba con elementos que corroboraron fácticamente la hipótesis en cuestión.
El problema es que, desde esta perspectiva, el campo de las ciencias quedaría enormemente reducido. Por ejemplo: ¿qué pasaría con la historia que se basa en testimonios humanos? No podemos probar la existencia de José de San Martín si no tenemos videos, fotos o a él mismo delante nuestro. ¿Qué sucedería con la filosofía que trata de elementos supersensibles, metafísicos? ¿Qué pasaría cuando hablamos del alma del hombre si nadie vio un alma en un tubo de ensayo? ¿Cómo hablar de Dios si no lo podemos ver, medir o pesar? En definitiva, las ciencias cuyo objeto no es mensurable quedarían fuera de esta definición y, por consiguiente, también la Teología.
De acuerdo a esto, la Teología es, entonces, una ciencia en el sentido que Aristóteles le daba: “el conocimiento de una cosa por sus propias causas”. En este sentido hay ciencia cuando se da un proceso de lo conocido a lo desconocido, de la evidencia de los principios, a través de la demostración, hasta las conclusiones. Esta definición aristotélica es mucho más amplia y abarcativa. Por lo tanto, la ciencia procede desde sus principios evidentes, y en esto nos detendremos un momento.

 

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