Entramos en un tiempo especial, con el cual se inaugura un nuevo año litúrgico: es el tiempo del Adviento para la Navidad. El Adviento es un tiempo de esperanza que dispone el corazón para acoger en la vida al Señor que viene. Es un tiempo de preparación, es también un tiempo de creatividad. Queremos prepararnos de la mejor manera, estar dispuestos, hacer un camino que nos conduzca hasta el encuentro con el Señor que viene, que está viniendo para hacerse “Dios con nosotros”.
Por eso tenemos una súplica que vamos a repetir a lo largo de todo este tiempo de Adviento para la Navidad: “Ven Divino Mesías, ven Señor Jesús”. El Adviento que empezamos es un grito, es una oración, es una esperanza. Sin embargo no faltan los “mesías” en nuestros días. Nos preguntamos: “¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas, donde han sido tantas las desilusiones?”.
Mesianismos políticos, sociales, económicos, incluso religiosos, siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, una obediencia ciega, una obediencia sin condiciones. Y uno tras otro se van derrumbando, asfixiados todos por el totalitarismo que los caracteriza, que los distingue. Los poderes humanos es posible que tomen las riendas por un tiempo más o menos largo, pero al final se acaban, al final terminan y hacen que terminen también las ilusiones.
Así sucumbió en otro tiempo, la soberbia Jerusalén y sucumbió y fracasó bajo el peso de su prestancia, en el mismo lugar donde los sacerdotes veían llegar la inmensa multitud que procedía de todos los pueblos. Entonces ¿vale la pena esperar? ¿Vale la pena entusiasmarse? ¿Vale la pena soñar?
Es que el mesianismo cristiano no se apoya en una fuerza humana. El mesianismo cristiano no se apoya en seguridades humanas. Tiene sus raíces en la palabra comprometida y comprometedora de los profetas, de los pregoneros de la venida del Señor que salva.
Esos profetas fueron repitiendo incansablemente: “Conviértanse, vuelvan a su Dios” (cfr. Jr. 3, 12-14). De esa manera reclamaban una rectificación de la vida una toma de conciencia, hacer un alto en el camino para saber qué estamos haciendo o cómo estamos haciendo el proyecto de Dios.
El Mesías, el autor de la Salvación, el Ungido que nosotros esperamos y al que invocamos no es un caudillo que va a ejercer su misión con poderío, con armas, con ejércitos, imponiéndose sobre los demás y aplastándolos. El Mesías al que nosotros invocamos es el de los pobres, es el Mesías de la paz. El Mesías para el hombre que ha experimentado la vanidad de su orgullo, la vanidad de su suficiencia y que por eso rectifica su vida, cambia de mentalidad y quiere entrar en una manera nueva de ser, en una manera nueva de vivir.