La presente edición de ¿Para qué sirve la teología? contiene, además, tres capítulos nuevos respecto a la primera: el capítulo 8 referido a las teologías de espiritualidad y feminista, el capítulo 9, donde nos referimos a la educación teológica en culturas plurales, que es fruto de una conferencia sobre el tema que ofrecí en California en 2005 y el capítulo 10, referido a la educación y la cultura como herramientas para la misión de la Iglesia. Este último capítulo es -con ligeras modificaciones- una conferencia que pronuncié en Buenos Aires en noviembre de 2006. Los capítulos 9 y 10 ponen de manifiesto mi interés en la educación. Tengo la firme convicción de que la educación es el centro neurálgico de todo cambio cultural que, como tal, debe producirse no sólo en la sociedad sino también y, fundamentalmente, en la Iglesia, que está llamada a ser no una conservadora del statu quo sino, precisamente, un agente de cambio como anticipo del venidero Reino de Dios que ya está actuando en el mundo.
La primera declaración del libro que aparece en el prefacio a la primera edición dice textualmente: “El presente no es un libro de doctrina”. Es preciso que aclare un poco más ese concepto. Muchos de los problemas y de las discusiones que se suscitan en los ámbitos eclesiales en torno a cuestiones doctrinales radican en no distinguir cuidadosamente entre “doctrina” y “teología”. Para que una verdad teológica sea considerada “dogma” o “doctrina”, debe haber alguna iglesia, denominación o confesión cristiana que así la defina. Pero la teología no consiste en una mera repetición de doctrinas ya aprendidas y consolidadas, sino que requiere una reflexión constante a fin de que, a partir de los datos bíblicos y de nuestro propio marco teórico doctrinal, demos un paso hacia delante para pensar la fe en nuevas situaciones y desafíos. Para decirlo en palabras de Clodovis Boff: “es necesario no confundir el dogma, en el sentido amplio de la doctrina firme de la Comunidad de fe o del patrimonio común de verdades, y la teología, como una libre interpretación de un teólogo”. En América Latina, escenario de nuestra misión, es común embarcarse en debates teológicos surgidos en otras geografías y en otros tiempos históricos. Si la realidad es cambiante —hecho que nadie puede negar— es evidente que cada generación de cristianos y cristianas tiene la ineludible responsabilidad de teologizar o sea, responder desde la fe a los acuciantes problemas del mundo, usando para ello todas las herramientas analíticas a su alcance. Como decía Paul Tillich: “En todas estas cosas se precisa la sabiduría de este mundo y el poder de este mundo y todas las cosas son nuestras”. Por lo tanto, suscribo plenamente a lo que dice el teólogo reformado Jürgen Moltmann: “Hay problemas teológicos para los que cada generación debe hallar su propia solución si quiere que sean para ella germen de vida. Ninguna concepción histórica es defínitiva ni conclusa”. Es en esta perspectiva de apertura a nuevos horizontes que la presente obra ha sido pensada y ejecutada.
Además de los contenidos nuevos y capítulos inéditos que aparecen en esta segunda edición de la obra, la misma se enriquece sensiblemente con el prólogo del teólogo y escritor mexicano Leopoldo Cervantes-Ortíz que pondera el libro de un modo tal vez exagerado. ¿Para qué sirve la teología? es un texto que ha sido usado como tal por parte de muchos educadores de América Latina. En particular quisiera mencionar a dos de ellos: El Dr. José Míguez Bonino, del Instituto Universitario Isedet, de Buenos Aires, y el Dr. Mariano Ávila, del Calvin Seminary También es un texto que integra la bibliografía obligatoria del Programa Doctoral Latinoamericano (Prodola), del cual tengo el honor de participar como profesor y asesor teológico.
Alberto Fernando Roldán
Buenos Aires, enero de 2007