Al llegar al final de este trabajo, experimento la impresión de que la materia se ha extendido mucho más de lo que había previsto al principio. La línea seguida se ha mantenido simplicísima, o sea, tres partes: Iglesia, Reino de Dios, Iglesia en el Reino. Por necesidad, sin embargo, se introdujeron en el desarrollo del tema tantos problemas que resulta difícil ahora reducir el libro en lo substancial a uno solo de ellos, o aún el señalar uno como si fuera el principal.
a) La idea inicial que me ocupaba era la de la salvación universalmente posible a los hombres en la eternidad. Es el mismo problema que veía hace treinta y cinco años cuando escribí mi primer libro “La Salvación de quien no tiene fe”. Pero aquellos eran otras tiempos, otras situaciones, hasta diría que había una teología muy diferente; había que hablar del alma de la Iglesia como algo más vasto que su cuerpo, bautismo implícito de deseo, etc. Vino luego el Vaticano II que ya no incluyó aquellas expresiones y la atmósfera cambió notablemente en pensamiento y en acción.
Es una cuestión que necesariamente sacude la mente y el corazón del cristiano. Tantos y tantos centenares de millones de personas que viven completamente fuera de la Iglesia, son miles de millones. Asia es el continente que alberga hoy más de dos mil millones de hombres, mucho más de la mitad del género humano, un número mucho mayor de los que suman juntas Europa, América del Norte y del Sur, África y Australia; es el continente del que han nacido todas las grandes religiones de la historia; pues bien, no tiene ni dos cristiano por cada cien habitantes, tiene un poco más de un católico por ciento. ¿Qué será de los otros en la eternidad? ¿Qué será de ellos en lo tocante a las demás consecuencias del pecado si precisamente para liberarnos y redimirnos de ellas ha venido Jesús?
El pensamiento de que todos ellos vayan a terminar en el infierno pudo quizá ser aceptado en siglos pasados, dada la diferente sensibilidad y diferente comprensión de Dios, del Padre, de la Bondad, del Amor. Aun entonces hubo quien sintió la dificultad y se ocupó de estudiar como pudiesen salvarse, al menos, en ciertas circunstancias: Santo Tomás imaginó un ángel revelador mandado a propósito al hombre honesto, otros hablaron de iluminación a todos en la inminencia de la muerte... Hoy resulta francamente absurdo detenerse, aunque fuese un solo momento, en la duda: Sí, con toda seguridad pueden salvarse, con determinadas condiciones.
Esta ficha documental es una aportación del área de Registro de la Biblioteca Digital.