En los años ’70, después del Concilio Vaticano II y de Medellín, en el Sínodo de los Obispos de 1974, la misión de la Iglesia se expresó como “La Evangelización”. La exhortación post-sinodal del Papa Paulo VI “La Evangelización en el mundo contemporáneo” (Evangelii nuntiandi) ha sido la carta magna de la Evangelización. Tuvo la grande intuición de poner ante la Iglesia la misión que le confió Jesús, su Señor. La dicha y misión de la Iglesia es la Evangelización (Cf. EN 14)
Aunque el Concilio había hecho alusión a Jesús como el que anunció e hizo presente el Reino de Dios y a la Iglesia como su germen (LG 5), no caló hondo esta temática. Fue hasta la III Conferencia Episcopal Latinoamericana en Puebla, que se desarrolló con un poco de más amplitud esta temática (DP 190-193; 226-231). Posteriormente el Papa Juan Pablo II, en la Encíclica “La Misión del Redentor” retoma este tema pero lo relaciona más ampliamente con la misión (RM 12-20). Desde entonces en la Iglesia se ha considerado la Misión teniendo como objetivo el anunciar y hacer presente el Reino de Dios.
Aparecida en el N° 361, habla de la misión de Jesús y encarga a la Iglesia de anunciar y hacer presente el Reino de Dios. La V Conferencia da mucha importancia a la Misión, pero poco habla de que el objetivo de ésta es el que acontezca el Reino de Dios.
Por todo lo anterior, el objetivo de la Misión no se considera ya como el extender la Iglesia, como si el centro de la misión fuera su instauración, sino el anunciar y hacer presente el Reino de Dios, con obras y palabras, según el mandato de Jesús a los 12: “Vayan y proclamen que está llegando el reino de los cielos”(Mt 10, 7: Lc 9,2;10,9.11).
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