Al hacer este diagnóstico, no damos carácter de síntoma a la pésima imagen que suelen dar de la Iglesia los medios de comunicación, los cuales, por lo general, sólo hablan de ella para comentar algún escándalo (preferentemente de índole sexual o, si no, de carácter económico, o de reales o upuestas peleas internas). Esta pobre imagen es sólo espuma, con menos entidad del espacio que ocupa. Y ello es así unas veces por aquella regla clásica del periodismo de que sólo es noticia lo estrambótico; y otras por el dato más serio de que –por mucho que lo nieguen– los medios están en realidad al servicio del dinero y no de la verdad. Pero este detalle es ahora poco significante. Más sintomático es, en cambio, el modo de reaccionar la Iglesia ante las críticas que recibe: una reacción siempre defensiva, que la lleva a considerarse injustamente atacada o perseguida, sin parar ni un minuto a preguntarse si habrá hecho algo mal o habrá dado algún pie a esas críticas enconadas.
Incluso, los medios, emisoras o redes de comunicación en propiedad de la Iglesia parecen hablar única y exclusivamente “pro domo sua” (si se nos permite la clásica expresión ciceroniana), más que para informar objetivamente. Esta incapacidad de recibir serenamente la crítica y examinarse ante su señor, nos parece la mayor señal de la crisis. Y lleva a que, cuando la crisis se reconoce, sea sólo para echar toda la culpa de ella a la maldad del mundo exterior, y añorar en silencio una antigua situación de poder eclesial y de cristiandad.
Esta ficha documental es una aportación del área de Registro de la Biblioteca Digital.