Lo fundamental de esta primera parte, de corte más bien filosófico, es que el nihilismo occidental que vamos a examinar, y que caracterizaré como un nihilismo light o descafeinado, es un fenómeno derivado del cristianismo como proceso histórico y de una historia a la que se concede entidad, autonomía y sentido.
Creo que no es concebible ese nihilismo nuestro en las religiones de Oriente (pese a que Nietzsche considerase al budismo como nihilista): el hecho de que esas religiones nieguen toda entidad a la historia parecería una fuente de nihilismo, pero no actúa así porque esas religiones son vividas al margen de la historia. El islam parece una religión más vuelta a la historia: pero la falta de autonomía de ésta y su concepción teocrática impiden todo nihilismo. En cambio, es en la tradición judeocristiana –con una religiosidad vuelta a la historia, con una historia dotada de entidad, llamada a crecer y progresar y sumergida en el marco de una Promesa– donde puede nacer el nihilismo que vamos a considerar.
En efecto: el cristianismo, por así decir, “abre los ojos” o el deseo del mundo occidental (progreso, valores de libertad y fraternidad...) desacraliza al mundo dando entidad a la realidad y a la historia, y pone a ésta en manos del hombre, formulando –ya desde el siglo II– que los humanos hemos sido creados «para crecer y progresar» (S. Ireneo). Por eso hay quienes, desde fuera de él, han calificado acertadamente al cristianismo como «la religión del fin de la religión».
Ahora bien: la promesa cristiana no parece cumplirse o no es bien digerida. Y provoca una sensación parecida al suplicio de Tántalo: siempre casi tocando la gota de agua que calmaría su sed ardiente, pero sin conseguirla nunca.
Eso es lo que intentaré mostrar con una rápida selección de textos: que nuestro nihilismo es postcristiano y postmoderno. Veamos ese proceso a través de algunos textos.
Esta ficha documental es una aportación del área de Registro de la Biblioteca Digital.