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Lo que yo creo

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“Con toda sinceridad, señor Küng, ¿en qué cree usted personalmente?”. Esta pregunta —u otras análogas— me la han formulado innumerables veces a lo largo de mi prolongada vida de teólogo. Intento responder a ella no sólo con estereotipos llamativos, sino de forma personal, y a la vez abarcadora.
Escribo para personas que se hallan en proceso de búsqueda. Para personas que no saben qué hacer con la fe tradicionalista de origen romano o protestante, pero que tampoco están contentas con su incredulidad o sus dudas de fe. Para personas que no anhelan una barata “espiritualidad del bienestar” o una “ayuda existencial” a corto plazo. No obstante, también escribo para todos aquellos que viven su fe y, además, quieren dar razón de ella. Para aquellos que, lejos de limitarse a “creer”, desean “saber” y esperan, por tanto, una interpretación de la fe que esté fundada filosófica, teológica, exegética e históricamente y tenga consecuencias prácticas.
En el curso de mi larga vida, mi concepción de la fe se ha clarificado y ampliado. Nunca he dicho, escrito o predicado sino lo que creo. Durante muchas décadas he podido estudiar la Biblia y la tradición, la filosofía y la teología, y ello ha llenado mi vida. Los resultados se encuentran elaborados en mis libros. Uno de ellos se ocupa del “símbolo de los apóstoles”: una confesión de fe que, sin embargo, sólo existe en forma acabada desde el siglo v. Quien desee saber más sobre estos doce artículos —muy heterogéneos entre sí y a menudo polémicos—, entendidos en consonancia con la Escritura y a la altura de nuestro tiempo, puede leer esa obra, Credo (en alemán existe asimismo una edición especial titulada Introducción a la fe cristiana), que para mí conserva toda su validez.
En el presente libro no me desdigo de nada de lo que escribí allí o en el volumen El cristianismo: esencia e historia (por ejemplo, sobre los dogmas cristológicos).

Pero una cosa es la “religión oficial” de una persona, aquella que la vincula con su comunidad religiosa; y otra muy distinta su hondamente personal religión del corazón (heart religión, en inglés), la que lleva escrita “en el corazón” y sólo en parte coincide con su “religión oficial”. Desde el punto de vista psicológico, saber algo de esta filosofía personal de vida, no fingida, es una via regia, un camino real, para entender en toda su profundidad al individuo en cuestión.
No me cuento entre quienes se explayan sin rebozos en materia de fe y, a la primera ocasión, hacen saber a los demás sus convicciones religiosas, hasta el punto incluso de importunarlos. Justo en conversaciones sobre religión se requiere y exige tacto y delicadeza. De todos modos, dada mi condición de teólogo, soy incapaz de sustituir los argumentos por un exceso de emociones o por precipitadas confesiones de fe. Por eso, a la hoy tan popular pregunta por mi “espiritualidad” respondo con frecuencia diciendo que al respecto se puede leer lo suficiente en mis libros. Por otra parte, sin embargo, no quería cerrarme al deseo frecuentemente formulado de disponer de una presentación concisa de mi espiritualidad, estructurada y comprensible para todos. El término “espiritualidad” —derivado del latín medio spiritualitas— es mucho más abarcador que “fe” en sentido religioso. Pues este concepto incluye todas las creaciones espirituales desde la mística ortodoxa y la dogmática eclesiástica hasta las corrientes esotéricas y la New Age. Así, también induce, ciertamente, a la arbitrariedad.
Ésta es la razón por la que quiero examinar los numerosos elementos espirituales que han madurado en el curso de mi vida y se encuentran en mis libros, reflexionando críticamente sobre ellos y reuniéndolos en una síntesis. “¿Qué es lo que yo creo?”. Me gustaría que cada una de las palabras de esta pregunta fuera entendida en su sentido más amplio.
“Yo” no lo entiendo desde una óptica subjetiva: nunca me he considerado un orgulloso francotirador, y mucho menos un elegido. Desde siempre ha sido importante para mí pensar y actuar solidariamente con numerosas personas en mi comunidad de fe, en el cristianismo, en las grandes religiones, incluso en el mundo secular. Me alegraría de que este libro fuera capaz de expresar en su mayor parte lo que también es convicción de muchos otros.
“Creer” no lo interpreto, pues, de modo eclesiásticamente constreñido ni abstractamente intelectualista. Aceptar sin más “lo que la Iglesia me prescribe creer”: esta fórmula tradicionalista apenas vale hoy siquiera para los católicos tradicionalistas. “Creer”, en efecto, significa algo más que un mero tener por verdaderas determinadas proposiciones de fe. Creer es lo que mueve la razón, el corazón y las manos de una persona, lo que engloba el pensamiento, la voluntad, el sentimiento y la acción. La fe ciega, sin embargo, me resulta sospechosa desde mis tiempos de estudiante en Roma, al igual que el amor ciego; la fe ciega ha conducido a numerosas personas y a pueblos enteros a la perdición. Me he esforzado y me esfuerzo por cultivar una fe que busca comprender, que no dispone de pruebas concluyentes, pero sí de buenas razones. En este sentido, mi fe no es racionalista ni irracional, aunque sí razonable.
“Lo que” yo creo incluye, por tanto, considerablemente más que una confesión de fe en sentido tradicional. “Lo que” yo creo denota las convicciones y actitudes fundamentales que han sido y son importantes para mí en la vida y de las que espero que puedan ayudar también a otros a encontrar su camino: una ayuda para la orientación existencial. No sólo consejos psicológico-pedagógicos para “sentirse bien” y “vivir la propia vida”. Pero tampoco una prédica pronunciada con altivez ni un discurso edificante; no soy ni santo ni fanático. Más bien una reflexión —sostenida por la experiencia personal y seriamente informativa— sobre cómo vivir con sentido.
Si se quiere, ¡”meditaciones”! Meditan significa de manera literal “evaluar”, “ponderar intelectualmente” y, por extensión, “pensar”, “cavilar “, “reflexionar”. Meditaciones, sin embargo, no desde la perspectiva de un monje que habla a partir de la presencia de Dios, sino desde la perspectiva de una persona de mundo que busca a Dios. Ojalá que ello no acontezca únicamente con la cabeza, sino que nuestro corazón se abra asimismo a otras dimensiones de la realidad. Mi espiritualidad se alimenta de experiencias cotidianas como las que tienen o podrían tener muchas personas. Pero clarificadas, eso sí, por medio de conocimientos rigurosos y sistemáticos como los que se reúnen en una larga vida de teólogo. Y afectadas por imponderables experiencias del mundo que no puedo desligar de una historia de lucha y sufrimiento como la que he descrito en los dos volúmenes de mis Memorias.
La fe como fundamento espiritual de la vida ya no es lo normal en la actualidad; y la fe cristiana, mucho menos. Pero, inundados como estamos de informaciones, en esta época a menudo desquiciada y confusa, precisamos más que nunca no sólo el puro saber informativo, sino el saber orientativo: coordenadas y metas claras. Sin embargo, cada persona necesita al mismo tiempo su propio compás interior, que es el que resulta determinante para las decisiones concretas en la dura realidad de la vida diaria. Ojalá que el presente libro pueda contribuir a semejante orientación básica.
La plétora de preguntas y temas que se plantean intento mantenerla unida —y estructurarla— por medio del polícromo y abarcador concepto de vida, tal y como se realiza en la evolución de la vida en general, en el curso de una única vida humana, en mi propia biografía. Por supuesto, resulta imposible abordar aquí todos los aspectos y argumentos de la fe cristiana. Muchos de ellos se tratan en la bibliografía que se incluye al final.
A lo que me gustaría invitar al lector, a la lectora, no es a un inocuo paseo teológico por terreno llano con excursiones a distintas provincias de la vida. Se trata más bien —permítaseme la metáfora, la gráfica transposición— de una fascinante escalada espiritual: montaña arriba a lento y paciente ritmo de alpinista, atravesando algunos pasos sencillos y otros más peligrosos; sin descansos en cabañas de montaña, por desgracia, pero teniendo siempre presente con claridad el objetivo, que nos llama por señas desde la cima: una visión global del mundo. Por eso, en el primer capítulo comienzo de forma del todo sencilla, elemental y personal. No desciendo desde el cielo en un helicóptero teológico, sino que comienzo abajo, en el valle de la vida diaria, con la preparación: lo primero que necesita la persona, toda persona, es la confianza en la vida, una confianza radical.

Tubinga, julio de 2009
Hans Küng

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