Fondo

Esta guía para la lectura comunitaria del Apocalipsis culmina un proyecto comenzado hace tres años. La intención inicial de este proyecto fue ofrecer un itinerario bíblico para preparar el jubileo del año 2000, según el plan propuesto por la carta apostólica Tertio Millenio Adveniente. Para el primer año, centrado en la figura del Hijo, propusimos la lectura del evangelio de Marcos (El auténtico rostro de Jesús. Ed. Verbo Divino. Estella 1996); para el segundo año, dedicado al Espíritu Santo, ofrecimos una guía para leer el libro de los Hechos de los Apóstoles (El impulso del Espíritu. Ed. Verbo Divi­ no. Estella 1997); y para el año dedicado al Padre elegimos elevan­ gelio de Juan (El amor entrañable del Padre. Ed. Verbo Divino 1998). Para el año del jubileo nos ha parecido interesante ofrecer una nueva guía de lectura, dedicada esta vez al libro del Apocalipsis.


Entramos en un tiempo especial, con el cual se inaugura un nuevo año litúrgico: es el tiempo del Adviento para la Navidad. El Adviento es un tiempo de esperanza que dispone el corazón para acoger en la vida al Señor que viene. Es un tiempo de preparación, es también un tiempo de creatividad. Queremos prepararnos de la mejor manera, estar dispuestos, hacer un camino que nos conduzca hasta el encuentro con el Señor que viene, que está viniendo para hacerse “Dios con nosotros”.
Por eso tenemos una súplica que vamos a repetir a lo largo de todo este tiempo de Adviento para la Navidad: “Ven Divino Mesías, ven Señor Jesús”. El Adviento que empezamos es un grito, es una oración, es una esperanza. Sin embargo no faltan los “mesías” en nuestros días. Nos preguntamos: “¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas, donde han sido tantas las desilusiones?”.
Mesianismos políticos, sociales, económicos, incluso religiosos, siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, una obediencia ciega, una obediencia sin condiciones. Y uno tras otro se van derrumbando, asfixiados todos por el totalitarismo que los caracteriza, que los distingue. Los poderes humanos es posible que tomen las riendas por un tiempo más o menos largo, pero al final se acaban, al final terminan y hacen que terminen también las ilusiones.
Así sucumbió en otro tiempo, la soberbia Jerusalén y sucumbió y fracasó bajo el peso de su prestancia, en el mismo lugar donde los sacerdotes veían llegar la inmensa multitud que procedía de todos los pueblos. Entonces ¿vale la pena esperar? ¿Vale la pena entusiasmarse? ¿Vale la pena soñar?

La doctrina acerca de Cristo tiene su comienzo en el silencio. “Enmudezca y recójase, pues es el Absoluto” (Kierkegaard). Esto nada tiene que ver con el silencio mistagógico que, en su enmudecimiento, no pasa de ser palabrería del alma consigo misma. El silencio de la Iglesia es el silencio ante la Palabra. Al anunciar la Palabra, la Iglesia verdaderamente cae de rodillas en silencio ante lo Inefable y lo Inexpresable. La Palabra hablada es lo Inefable. Y lo Inefable es la Palabra. Pero la Palabra ha de ser hablada, porque es el gran grito que resuena en el campo de batalla (Lutero). Sin embargo, aunque sea gritada por la Iglesia para el mundo, la Palabra sigue siendo lo Inefable. Hablar de Cristo significa callar. Callar de Cristo significa hablar. La Palabra fecunda de la Iglesia, nacida del fecundo silencio, es la predicación acerca de Cristo.
Lo que intentamos hacer es ciencia acerca de esa predicación. Sin embargo, sólo en la predicación se revela su objeto. Hablar de Cristo deberá significar, necesariamente, hablar en el espacio silencioso de la Iglesia. Hacemos Cristología en el silencio humilde, insertos en la comunidad sacramental que adora. Rezar es, a un tiempo, callar y gritar delante de Dios y en presencia de Su Palabra. Como comunidad, nos hallamos reunidos en torno al contenido de Su Palabra, Cristo. Sin embargo, no estamos en un templo, sino en una clase. Y en este recinto académico debemos trabajar científicamente.
Como Palabra acerca de Cristo, la Cristología es una ciencia totalmente especial, porque su objeto es Cristo, la Palabra, el Lagos. Cristología quiere decir Palabra de la Palabra de Dios. Cristología es Logología. Consiguientemente, la Cristolo gía es la ciencia por excelencia, porque todo en ella gira en torno al Logos. Si ese Logos fuese nuestro propio Logos, entonces la Cristología sería la reflexión del Logos sobre sí mismo. Pero el Logos de la Cristología es el Logos de Dios. Su trascendencia, pues, hace de la Cristología la ciencia por excelencia, y su origen extrínseco la convierte en centro de la ciencia. Su objeto conserva permanentemente su trascendencia, porque se trata de una Persona. El Logos que aquí abordamos es una Persona. Este hombre es el Transcendente... Así pues, la Cristología es el centro aún no conocido y secreto de la universitas litterarum.

Dietrich Bonho.ffer
en su primera clase de Cristología,
Berlín, verano de 1933.
(Gesammelte Schriften, 3. Munich 1966, p. 167)

 

¿Es oportuno publicar un nuevo libro sobre Jesús de Nazaret? ¿Es posible decir algo nuevo que no se haya dicho en estos últimos dos mil años? ¿No hay una exageración de libros que hablan sobre Jesús? ¿Qué puede aportar otro más a esta desmesura editorial y mediática? ¿Quién se atreve a publicar un libro sobre Jesús en un contexto en el que será examinado con lupa? Estas preguntas, y sus respuestas negativas o escépticas, serían suficientes para abortar este libro; sin embargo, muy al contrario, son precisamente las que mejor legitiman el objetivo de este libro: ante tantas publicaciones y opiniones, ante tanta polémica y crítica, es posible y oportuno pre- sentar Qué se sabe de... Jesús de Nazaret.
    Así pues, el objetivo de este libro no es, propiamente, presentar a Jesús de Nazaret; o no lo es de modo inmediato. El propósito es mostrar cuáles son los temas más importantes de los estudios sobre Jesús, qué se sabe sobre él, cómo se ha presentado y cómo hemos llegado a donde estamos, qué perspectivas predominan, cuáles son los temas candentes o polémicos... No pretendemos, por tanto, “echar más leña al fuego” o añadir controversia, ni presentar las opiniones de los autores de este libro al debate sobre cada tema y aspecto, sino hacer una presentación sintética y equilibrada de “lo que se sabe” sobre Jesús de Nazaret.

La aventura vital de este monje cisterciense y contemplativo
universal que fue Thomas Merton (1915-1968) encontró su correlato geográfico en tres etapas diferenciadas que cerrarían el gran círculo de nuestro orbe y completarían un tríptico en el singular viaje sin distancia que es el camino monástico. Podríamos decir, de manera gráfica, que Europa representó para Merton su acceso primero a la fuente contemplativa, de la mano de sus mayores representantes. Su conversión al catolicismo vendría precedida de un “bautismo oceánico”, tras haber dejado atrás el viejo continente y su condición de viejo Adán. América (en realidad las dos Américas) constituyó una suerte de axis mundi y el descubrimiento de su verdadero yo (“ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”), así como su zambullida en el río de la contemplación solitaria y el compromiso solidario (en contra de la guerra, a favor de los derechos civiles...). Finalmente, en Asia, donde murió, se unirían para Merton los dos maderos de la cruz en un eje de vacío y plenitud, un océano de compasión infinita. Al término de sus días, Merton había, literalmente, abrazado el planeta entero, acogido sus luces y sus sombras y hollado el desierto y la ciudad antes de adentrarse en el Reino de la infinita soledad y de la sociedad perfecta.
En su juventud, Thomas Merton se dio cuenta de que las estructuras totalitarias de los países en perpetua contienda eran el resultado de una conciencia humana escindida e ignorante de su origen y su destino sagrados. “La raíz de la guerra es el miedo”, afirmaría más tarde Merton en Semillas de Contemplación. Tan sólo -propone él- atreviéndonos a sumergirnos en el desierto de nuestra propia soledad y desandando (desanudando y desnudando) los caminos de la vieja humanidad, podremos descubrir un cielo y una tierra nuevos.
Esa proclamación cristiana de Merton no difiere de la de sus predecesores, pero lo que la hace relevante, como en el caso de aquéllos, es su acento contemporáneo, la actualización de las lecciones evangélicas en una clave absolutamente candente. Merton lee la historia con “ojos llenos de fe en la noche”, interpretando las noticias de un siglo desgarrado a la luz de la Noticia del Señor de la historia. Por fortuna, su escritura no es unidireccional o monolítica, y así su relación con el mundo es, en tiempos que entronizan la comunicación de masas y neutralizan la de las personas, un diálogo de corazón a corazón y una religación de profundis.

Os gustaría leer la Biblia y no sabéis cómo empezar... Este pequeño libro,
modesto y ambicioso, intenta serviros de guía para el Antiguo Testamento. Vendrá luego otro parecido para el Nuevo Testamento.

Una guía turística
Cuando salís de viaje, os va bien llevar una de esas guías que os acompaña durante todas las vacaciones, proponiéndoos itinerarios, indicando las cosas que hay que ver, resumiendo la historia del país ... A esta “guía” le gustaría también facilitaros el descubrimiento de la Biblia.
Es una guía modesta. Muy sencilla. Debería permitir a los que nunca han abierto la Biblia o a los que se han desanimado tras el primer intento de acercarse a ella sentirse a gusto (con un poquito de esfuerzo). Antes de ser escrita, ha sido ya ampliamente ensayada en bastantes grupos. Es corta; cada capítulo está dividido en párrafos de dos o tres páginas que se pueden leer por separado.
Pero es también ambiciosa, ya que intenta ofreceros todas las claves esenciales para permitiros leer la Biblia por vuestra propia cuenta. Os propone lo siguiente: después de una introducción general, ocho capítulos construidos según el mismo modelo, en donde encontraréis:


* un resumen de la historia de Israel: se trata de unas páginas que abren el capítulo, pero que forman también un todo. Podéis leerlas todas seguidas, si queréis tener una visión de conjunto de la historia de Israel;

* una presentación de los escritos bíblicos redactados durante ese período. Veréis cómo van naciendo, poco a poco, las diferentes tradiciones que formarán un día la ley (o el Pentateuco); oiréis a los profetas predicando en aquella época; descubriréis la reflexión de los sabios sobre la condición humana, la vida, el amor, la muerte: es la reflexión que desembocará finalmente en los grandes escritos sapienciales;

* unas guias de lectura (indicadas por el signo), que os permitirán estudiar, solos o en grupo, algunos de los textos más importantes;

* una documentación muy variada, en recuadros: explicación de palabras importantes o difíciles, claves de lectura, textos antiguos que se pueden comparar con la Biblia, reflexiones teológicas o espirituales ...


 

Ya han pasado los tiempos en los que en los diccionarios de teología católica, o bien se buscaba en vano el término libertad, o bien sólo se hallaba en él una referencia al artículo ley. Hoy día, no sólo en la cristiandad, sino también en la Iglesia católica se tiene la plena convicción de que la libertad no puede ser para los cristianos una mercancía rara o un artículo de lujo para determinados sectores. La libertad es un derecho o, mejor dicho, la oportunidad de todo cristiano. La libertad es el presente de Dios a los hombres. La libertad es el gran quehacer del hombre al servicio de Dios.
En estas páginas se expone lo que esto significa en nuestros días:
Para cada cristiano en el mundo, en base al ejemplo de Tomás Moro, ¿qué significa vivir libres en el mundo según el Evangelio?
Para la Iglesia, ¿en qué consiste la verdadera libertad de la Iglesia con respecto al mundo y cómo ha de realizar la Iglesia para sí misma esta libertad?
Para la teología, ¿en qué medida y, sobre todo, para qué debe ser libre también la teología, de la que depende en alto grado la libertad de la Iglesia?
Para las religiones, ¿cómo puede la Iglesia mostrar
su libertad a las religiones del mundo y qué libertad puede comunicarles?
Para un papa (el caso del inolvidable Juan xxm),
¿en qué medida realizó éste ejemplarmente la libertad de un cristiano?
Los diferentes temas se interfieren, ¿qué sería, por
ejemplo, la libertad de los individuos sin la libertad de la Iglesia, o qué sería la libertad de la Iglesia sin la libertad de la teología y viceversa? Desde diferentes puntos de vista hay que iluminar la libertad cristiana, que debe extenderse a todo y surtir efecto en todos los sectores. Desde luego, en las páginas que siguen se hablará con diferente tono de acuerdo con los temas de las diferentes secciones: más personalmente cuando se trate de modelos concretos de libertad cristiana: Tomás Moro y Juan xxm; más materialmente, más en relación con la cosa misma, en las demás secciones, aunque en éstas la exposición objetiva de la problemática no tiene por qué excluir el sobrio ardor teólogo.

La cuestión de Dios es más importante que la cuestión de la Iglesia; pero en muchos casos la segunda se le cruza en el camino a la primera. Esto no debiera ser así. Y aquí se acomete el audaz ensayo de hacer ver que no debe ser así. Si en tal empeño no nos conformásemos con destacar a elección alguna que otra línea, sino que quisiéramos trazar un cuadro completo, nos veriamos desbordados por la amplitud de los problemas y la abundancia de la bibliografía. Ya por esta sola razón nos vemos obligados a concentramos, a limitar, a poner acentos, a tratar ciertos puntos con mayor extensión, y otros más brevemente, unos más intensamente, otros por mero perfil y secamente. Todo con un apasionamiento que no excluye la objetividad. ¿Y con qué derecho lo hacemos asi precisamente y no de otro modo? Hemos tratado de que los temas, las perspectivas, el equilibrio de las partes nos viniera del primitivo mensaje, a fin de que Ia luz de la Iglesia de los orígenes marque de nuevo el camino a la Iglesia de hoy.
Este punto de partida tiene consecuencias que sólo pueden responderse partiendo de los origenes. El que tenga reparos que opo­ ner, recuerde que éste es el método que se espera de la teología posconciliar: “La teología dogmática ha de ordenarse de manera que se expongan en primer lugar los mismos temas bíblicos”; partiendo de aquí, ha de darse luego, por medio de la investigación histórica, la penetración sistemática (Decreto sobre la formación sacerdotal, 16).
Mi obra Strukturen der Kirche (1962) ha de entenderse como prolegómeno a este libro.
El método empleado en este libro implica que el teólogo sistemático tenga que acudir, con excesiva frecuencia, al consejo del exegeta. De ahí mi cordial gratitud a mis colegas de Tubinga, pro­ fesor doctor Karl Hermann Schelkle y profesor doctor Herbert Haag, que han leído total o parcialmente el manuscrito y cuyas su­ gerencias han significado mucho para mí. Cordialmente agradezco también a mi colega de teología dogmática doctor Joseph Ratzinger la valiosa ayuda que me ha prestado. Vaya también mi agradecimiento a mis auxiliares doctor Gotthold Hasenhüttl y doctor Alexan­ dre Ganoczy, ahora profesor del Instituto católico de París, así como a todos mis colaboradores en el Instituto de estudios ecuménicos que me han ayudado incansablemente en la confección del manuscrito y en todo el trabajo de correcciones. A la señorita Christa Hempel le doy las gracias por la confección de los índices.

Romano Guardini pronosticaba que el siglo XX sería el de la Iglesia. No cabe duda de que ésta ha sido referente y destinatario esencial del Con- cilio Vaticano II, y cuarenta años después del Concilio sigue siendo una problemática esencial en la reflexión teológica. Después de una época de cambios vivimos hoy un cambio de época histórica, y esto es también aplicable a la idea de Iglesia y a nuestra forma de comprender su identidad y misión en el mundo. En el marco de la colección “10 palabras clave” se ofrecen aquí algunos temas importantes de la eclesiología. No se trata de presentar una eclesiología sistemática, ya que éste no es el objeto de la colección y ha sido abordada por otros libros de Editorial Verbo Divino, sino de ofrecer algunas perspectivas puntuales en torno a conceptos importantes de la teología sobre la Iglesia.

El punto de partida es el concepto de comunión, que corre a cargo de Diego Molina, profesor de la Facultad de Teología de Granada. Sin duda, es el concepto clave en la discusión actual. Del Concilio Vaticano II ha surgido una eclesio- logía de comunión, y las diferencias se establecen en torno a cómo concebirla y a las consecuencias que se sacan de ella. Las dos eclesiologías que se dieron en el Concilio han continuado en el postconcilio y el término “comunión” se ha converti- do en el criterio diferencial a la hora de dar contenido a la Iglesia como misterio y como pueblo de Dios, que son los dos títulos que enmarcan los capítulos primero y segundo de la Constitución dogmática sobre la Iglesia. El problema de la recepción del Vaticano II, la gran discusión vigente acerca del significado del Concilio y la referencia a los orígenes del cristianismo dependen de cómo se entienda la comunión. De ahí la necesidad de tener en cuenta la evolución de la comunión en las distintas eclesiologías del Nuevo Testamento y a lo largo de la tradición. Por otra parte, hay que atender a la identificación de comunión e Iglesia universal, y evaluar las implicaciones del concepto para la catolicidad y la participación de todos los miembros en la Iglesia. Éstos son algunos de los puntos desarrollados en este trabajo.


Desde hace unos 15 años vengo enseñando eclesiología en diversos cen­ tros teológicos, facultades e instituciones para la formación permanente de Europa y América latina y he tenido como alumnos a seminaristas, sacerdo­ tes, religiosas y religiosos, laicos, catequistas y animadores de comunidades de base.
Estas páginas quieren resumir lo más esencial de dichos cursos y tienen una finalidad más pedagógica y práctica que de investigación científica. No podemos dejar la eclesiología a unos pocos especialistas, como si el resto del pueblo tuviera que privarse de esta atmósfera comunitaria, de esta matriz eclesial de nuestra fe.
Esto explica el que hayamos omitido citas eruditas no necesarias, y en cambio hayamos introducido al final de cada capítulo algunos textos significativos para la lectura y comprensión del tema, y hayamos añadido una bibliografía selecta en lengua castellana después de cada sección.
El lenguaje y el nivel pretende ser accesible al lector con cultura media, de modo que sirva realmente de iniciación a la eclesiología, a la eclesiología latinoamericana y a la eclesiología desde América latina. Su lectura tanto se dirige al lector latinoamericano como al español que desea conocer la eclesiología latinoamericana.

Desde el corazón geográfico de América latina, desde Bolivia, han sido pensadas y escritas estas páginas. Todos los conocimientos y experiencias anteriores han sido reformulados desde este majestuoso escenario de cordi­lleras nevadas, altiplanos inmensos, valles fértiles, llanos tropicales, donde vive un pueblo heredero de culturas milenarias, creyente, sencillo, bueno y sufrido, que merecería un futuro y unas condiciones de vida mejores que las actuales.
Después de 500 años, vuelven las carabelas. Y América latina ofrece a Europa, a España, el testimonio de su fe, el clamor de sus pobres, un nuevo estilo de ser Iglesia, la sangre de sus mártires, su esperanza. Por todo ello, este libro no es meramente académico, es también testimonio, denuncia, profecía y buena noticia. El fruto de su lectura no debería ser solamente el conocer y amar más a la Iglesia, sino también el decidirse a caminar con ella y en ella hacia el reino de Dios.


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