¿Qué es el cristianismo? Para responder a esta pregunta nada mejor que centrarse en uno de sus textos fundamentales, el credo, en el que la comunidad cristiana ha sintetizado su fe y a través del cual la proclama.
Siendo un texto fijado en los albores del cristianismo, se hace necesario entender bien qué se quiso decir y cuáles fueron el contexto y el trasfondo en los que nace. Pero por ser expresión viva de la fe, ha de ser sometido a una constante reinterpretación para que sus fórmulas sean inteligibles a los creyentes de cada época. El equilibrio entre la fidelidad a algo recibido en el seno de la Iglesia y la actualización de su contenido es una exigencia que atañe no sólo a la teología, sino a la vida de fe de todo creyente.
Joseph Ratzinger (Marktl am Inn, Baviera 1927) estudió en Freising y en la Universidad de Múnich. Sacerdote en 1951, ejerció como profesor de teología fundamental en Bonn y de dogma e historia de los dogmas en Münster y Ratisbona. Arzobispo de Múnich y Freising en 1977, fue promovido a cardenal ese mismo año; ha sido durante muchos años prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. El 19 de abril de 2005 es elegido papa, tomando el nombre de Benedicto XVI, y el 28 de febrero de 2013 hizo efectiva su renuncia como Sumo Pontífice.
Como es sabido, la Iglesia invita a todos los fieles para que recen la Liturgia de las Horas, y no sólo a los sacerdotes y religiosos que están obligados a su rezo. De este modo, todos los cristianos son llamados al mérito gozoso de hacer suya la oración de Cristo y de la Iglesia.
Esta invitación, que el Concilio Vaticano II realizó en forma de exhortación (SC 100), ha sido acogida, gracias a Dios, por muchos cristianos individualmente o en familia, y también por no pocos movimientos y grupos de laicos. Sirviéndose del Diurnal, bellamente impreso en lengua vernácula, lo más común es que estos fieles recen diariamente Laudes y Vísperas, que son “las Horas principales” (SC 89), y a veces también Completas. Pero es infrecuente que recen el Oficio de Lectura, para lo que necesitarían más tiempo y la edición oficial de las Horas en cuatro tomos. Y ésta es igualmente la situación de muchas religiosas, no obligadas al rezo completo del Oficio divino.
Pues bien, es una pena que unos y otros se priven así de la lectura de la Biblia y de los Padres, tal como viene diariamente ofrecida por la Liturgia eclesial. Es como si vivieran junto a los jardines de un parque muy hermoso, cuya puerta les estuviera cerrada. Estas lecturas espirituales son, en efecto, una antología difícilmente superable de textos de la Sagrada Escritura y de la Tradición eclesial. Como lectio divina, constituyen ese pan salido de la boca de Dios, que da cada día a los fieles luz y vida.
A raíz de la publicación de mi anterior cristología (La humanidad nueva, Madrid J975), recibí varias veces y desde orígenes diversos el ruego insistente de hacer una reedición más sencilla, menos pretenciosa, reducida a menos de la mitad de su volumen, liberada de notas o de aparatos científicos, y desprovista de referencias históricas, de minuciosidades exegéticas y de discusiones académicas. “Simplemente positiva y expositiva”, se me decía.
Es posible que los autores de aquella sugerencia anduviesen cargados de razón. Pero es aún más seguro que nunca tendré ánimos para llevarla a cabo. Los propios textos —no sé si por aquello del desengaño de la paternidad— te dejan traumatizado y alérgico, e incapaz de volver a poner las manos sobre ellos.
Este libro puede ser otra manera de responder a la petición citada. No es una vulgarización del anterior, sino más bien un complemento al anterior u otro intento menos pretencioso que el anterior. Busca puntos nuevos, o busca tocar los temas ya tratados, desde enfoques que no fueron abordados en el anterior. Ambos se podrían fundir, pero ambos tienen también —de acuerdo con los tiempos y lugares en que escribimos— su “plena autonomía”. Si el anterior había nacido de cursos académicos, éste recoge una serie de charlas repetidas por esos mundos de Dios y de los hombres, y en las que puse cierto empeño por no repetir lo ya publicado, salvo en las rápidas alusiones estrictamente inevitables.
Al ponerlas por escrito he completado a veces el texto, pero he preferido conservar el estilo oral en el que habían nacido, aun con sus repeticiones, su tono coloquial y sus apelaciones directas.
La presente obra no es ni un comentario, ni una síntesis que se pretenda exhaustiva sobre este u otro punto de la doctrina del Señor. Apunta menos alto, aunque quizá más profundo. Y esta profundidad, a dos niveles. Un primer tipo de lector sacará sin duda de algunos textos evangélicos una mayor comprensión teológica y espiritual; habrá podido experimentar, como en un laboratorio, la solidez y fecundidad del método empleado; y así luego podrá abordar los comentarios con mayor confianza y con mirada más perspicaz. Otro lector, el que desea estudiar, podrá obtener aún más: aprender un método de análisis literario que le permita en seguida trabajar por sí mismo otros pasajes. ¿Habrá sabido nuestro libro evitar el despliegue de un enojoso tecnicismo, así como el riesgo de una vulgarización sin valor educativo? Nos daríamos por satisfechos de nuestra tarea, si hubiésemos contribuido a que todos nuestros lectores puedan dominar ciertos fextos y lograr así con mayor facilidad una más profunda inteligencia de la revelación multiforme de la buena nueva.
Habíamos pensado agrupar sencillamente algunos artículos, ya publicados en revistas u obras de carácter colectivo. Comenzado el trabajo, pronto comprendimos que no bastaban unos simples retoques. Si nuestro propósito era el de ofrecer una auténtica iniciación, estos estudios, que en gran parte habían sido redactados para un público de especialistas, debían refundirse enteramente. Era necesario aproximarse primeramente al fiel y marchar a su paso para intentar ascender con él hacía las altas regiones en que sopla el Espíritu.
Quiere esto decir que nuestros estudios van dirigidos en primer lugar a los no especialistas. Los exegetas descubrirán, leyendo entre líneas, ciertas hipótesis críticas que no siempre compartirán; al menos esperamos que sean sensibles al esfuerzo pedagógico que ha sido realizado para facilitar el acceso al mensaje evangélico. Nos dirigimos sobre todo a aquéllos que sienten la necesidad de adquirir una cultura evangélica sólida.
Consideramos como "religiones mundiales" las cinco religiones o sistemas religiosamente determinados de ordenamiento de la vida que han logrado captar multitudes de fieles. En el rubro de las religiones mundiales entran las éticas religiosas confuciana, hinduista, budista, cristiana e islámica. También examinaremos una sexta religión, el Judaísmo. Lo haremos, pues presenta condiciones históricas previas que son fundamentales para la inteligibilidad del cristianismo y del islamismo y porque tiene una significación histórica independiente en la evolución de la moderna ética económica en Occidente, una significación en parte auténtica y en parte presunta, sobre la cual se ha polemizado mucho últimamente. Nos referiremos a otras religiones cuando resulte necesario para determinar conexiones históricas.
Paulatinamente iremos clarificando el sentido de lo que denominamos "ética económica" de una religión. Esta expresión no alude a las teorías éticas inferibles a partir de los tratados teológicos, ya que éstos, a pesar de su importancia en ciertas circunstancias, no pasan de ser meros instrumentos de conocimiento. La expresión "ética económica" alude a las tendencias prácticas a la acción que se basan en el nivel psicológico y pragmático de las religiones.
Este libro tiene sus raíces en las necesidades de la congregación de la Iglesia "Berith". No son muy diferentes de las de otras iglesias, pero la situación particular de esta iglesia las hicieron más visibles. Teníamos que encontrar nuestra identidad como iglesia y pensábamos que para lograrlo era necesario encontrarla en nuestra confesión doctrinal.
La situación de nuestra iglesia fue que éramos una iglesia joven, con muchos miembros nuevos, que vinieron de distintos trasfondos eclesiásticos y casi todos, profesionistas. El trasfondo religioso de los fundadores de esta iglesia era el presbiterianismo, tal como está enseñado en los credos y las confesiones listados en la Constitución de La Iglesia Presbiteriana de México. Para ser una iglesia presbiteriana tuvimos que aceptar como nuestro, el "sistema de doctrinas" contenido en estos credos, tal como tienen que hacerlo todas las iglesias Presbiterianas. Para hacerlo sincera y conscientemente un requisito insoslayable era estar enterado de este sistema. El sistema de doctrina al que aludimos no es otra cosa sino una sistematización, por razones pedagógicas, de las enseñanzas de la Biblia. Está así para nuestro entendimiento y comunicación. Estas lecciones, entonces, fueron escritas para cumplir con una necesidad en la iglesia, y no para teólogos profesionales, ni como libro de texto para estudiantes de teología. El autor de este libro, por su preparación profesional, y por haber trabajado en este oficio por muchos años, es teólogo, y se alimentó, por supuesto, en los clásicos teológicos, empezando con las Instituciones de Juan Calvino, siguiendo con Berkhof, Hodge. Stott, Turretín, y muchos otros. No obstante, este escrito es más bien un trabajo pastoral, nacido de una preocupación para la grey. Esto se puede notar por la expresión y por los inusitados énfasis en la exposición. Las dimensiones tampoco son las más generales como se encuentran en libros de “teología sistemática”. Los énfasis a veces parecen casi como "fuera de proporción", de acuerdo con las inquietudes de los alumnos, y las percibidas necesidades de la iglesia.
La comunidad cristiana está llamada a confesar permanentemente su fe. En verdad, fue así entre el pueblo de Israel, de cuyo seno nació la comunidad cristiana. En el Primer Testamento, más conocido en el mundo cristiano como “Antiguo Testamento”, encontramos numerosas formulaciones que atestiguan los grandes hechos de Dios en favor de su pueblo. Por ejemplo, es clásica la confesión de fe constante en Deuteronomio 26.5-11, en especial el
v. 9: “El Señor nos sacó de la tierra de Egipto con mano poderosa (...)”. En el Nuevo Testamento encontramos que, con la pregunta “pero vosotros (...) quien decís que soy yo?”, el propio Jesús suscita en sus discípulos, comenzando por Pedro, la confesión lapidaria: “Tu eres el Cristo, el hijo de Dios vivo” (Mateo 16.15-16).
Podemos concluir, de ambos ejemplos, que la confesión de fe es mucho más que la recitación de una doctrina. Es la afirmación personal y comunitaria de una convicción que da base, sentido y sustento a la propia vida. A partir de ella se vive; por ella, inlcusive, se puede dar la propia vida, de lo cual la Historia registra muchos ejemplos.
A pesar de que la confesión de fe ha de ser siempre algo muy personal, también es, esencialmente, una elaboración comunitaria, producto de una comunión entre la fe y la esperanza. La Iglesia, siempre de nuevo, confiesa la fe que la sustenta, sin la cual no tiene razón de ser. La confesión de fe más conocida, por lo menos en la cristiandad occidental, es el llamado Credo Apostólico.
La demostración de la existencia real e histórica de Jesús a la luz del núcleo básico del Nuevo Testamento (Epístolas, Evangelios canónicos y Apocalipsis) es posible y necesaria, y para ello es indispensable dar los pasos siguientes:
PRIMERO. Proceder a una nueva lectura completa y contextual de la totalidad de ese núcleo básico, registrando meticulosamente sus interrelaciones, sus ambigüedades y, sobre todo, sus contradicciones dentro de cada documento, y de todos los documentos entre sí, como literatura ideológica polémica y antagonista.
SEGUNDO. Identificar los dos modelos básicos y su antagonismo conceptual e histórico, a saber: el modelo de Pablo de Tarso y el modelo subyacente de los evangelistas, trabajando sobre la tradición oral y escrita más antigua.
TERCERO. Investigar los soportes documentales del Evangelio paulino y su carácter esencialmente metafísico, sobrenaturalista y espiritualista de un Cristo como un ser de naturaleza divina en su procedencia y en su destino final; así como investigar también los soportes documentales del Evangelio judeocristiano y su carácter esencialmente histórico, biográfico y naturalista en su contexto escatológico-mesiánico, y la específica coloración apocalíptica y simbólica que le imprimió Juan, dentro del marco eminentemente judío de la ideología mesiánica.
CUARTO. Establecer la radical contraposición e incompatibilidad teológica, soteriológica y antropológica de ambos modelos en los documentos, y las implicaciones políticas y culturales de los respectivos dos modelos doctrinales.
Hace algún tiempo Editorial Caribe emprendió el ambicioso proyecto del Comentario Bíblico Hispanoamericano (CBH). La intención era publicar un comentario que arrojara "la luz de la Palabra sobre los ásperos caminos por los que transita el pueblo de habla hispana en todo este vasto hemisferio". Lamentablemente, por razones ajenas al Consejo Editorial, el proyecto quedó trunco con la publicación de nueve de los cuarenta y cinco tomos que se habían planeado.
Ediciones Kairós, con el respaldo de la Fraternidad Teológica Latinoamericana, se ha propuesto llenar ese vacío con la publicación del Comentario Bíblico Iberoamericano (CBI), basado en la Nueva Versión Internacional (NVI) de la Biblia en castellano (1999). Por el permiso para usar esta nueva versión que promete ocupar en el mundo hispanoparlante un lugar de predilección entre las traducciones de la Biblia, agradecemos de todo corazón a la Sociedad Bíblica Internacional.
La NVI es el fruto de una década de labores por parte de un grupo de estudiosos evangélicos de la Biblia, de varios países del continente. A lo largo de los diez años de trabajo los traductores fueron acumulando una cantidad considerable de materiales exegéticos que posteriormente podrían usarse en diferentes proyectos literarios. Esperamos que esta serie de comentarios, varios de cuyos tomos serán escritos por los traductores de la NVI, sirva para difundir los resultados de esos estudios y su profundización en el texto bíblico.
Estas pautas corresponden a notas rápidas que fueron confeccionadas como apoyo de un curso de cristología dado el segundo semestre de 1995 en el programa de extensión Teología para laicos de nuestra Facultad. Fueron hechas con la premura del correr del curso y no han sido revisadas ni estudiadas con detención, a la luz de la abundante bibliografía actual. Podrían servir de base para la confección de un futuro texto de cristología. Lo más fundamental que pretendían era una presentación de conjunto del misterio de Cristo. Más especificaciones al respecto se dan en el último acápite sobre método.
Buena base de estas pautas fueron mis apuntes y publicaciones anteriores, con nueva profundización en varios puntos. Todo fue saliendo con cierto orden en respuesta a una pregunta vital sobre mi visión personal de la cristología. Agradezco, pues, a la Facultad y a los alumnos que me brindaron esta ocasión.
Espero algún día poder llegar a un texto. Agregué un apéndice sobre mariología, para enriquecer la visión cristológica, otro sobre algunas cristologías contemporáneas y un último sobre cristología de los sinópticos, dado que ya antes había hablado de la cristología de Pablo, Jn, etc.
El apéndice sobre cristologías contemporáneas fue añadido para conservar en el mismo ejemplar todo lo producido para la docencia este semestre. Me excuso de presentar estas pautas en este estado tan temprano de elaboración, pero los alumnos las necesitan. Comencé haciéndolas para el curso de laicos, pero después mi fui preocupando de dar alguna respuesta, a nivel de estos apuntes, al cuestionario del examen final de Bachillerato en Teología. Las presento, pues, con esta doble intención.
Esta guía para la lectura comunitaria del Apocalipsis culmina un proyecto comenzado hace tres años. La intención inicial de este proyecto fue ofrecer un itinerario bíblico para preparar el jubileo del año 2000, según el plan propuesto por la carta apostólica Tertio Millenio Adveniente. Para el primer año, centrado en la figura del Hijo, propusimos la lectura del evangelio de Marcos (El auténtico rostro de Jesús. Ed. Verbo Divino. Estella 1996); para el segundo año, dedicado al Espíritu Santo, ofrecimos una guía para leer el libro de los Hechos de los Apóstoles (El impulso del Espíritu. Ed. Verbo Divi no. Estella 1997); y para el año dedicado al Padre elegimos elevan gelio de Juan (El amor entrañable del Padre. Ed. Verbo Divino 1998). Para el año del jubileo nos ha parecido interesante ofrecer una nueva guía de lectura, dedicada esta vez al libro del Apocalipsis.
Entramos en un tiempo especial, con el cual se inaugura un nuevo año litúrgico: es el tiempo del Adviento para la Navidad. El Adviento es un tiempo de esperanza que dispone el corazón para acoger en la vida al Señor que viene. Es un tiempo de preparación, es también un tiempo de creatividad. Queremos prepararnos de la mejor manera, estar dispuestos, hacer un camino que nos conduzca hasta el encuentro con el Señor que viene, que está viniendo para hacerse “Dios con nosotros”.
Por eso tenemos una súplica que vamos a repetir a lo largo de todo este tiempo de Adviento para la Navidad: “Ven Divino Mesías, ven Señor Jesús”. El Adviento que empezamos es un grito, es una oración, es una esperanza. Sin embargo no faltan los “mesías” en nuestros días. Nos preguntamos: “¿Hay que esperar a otro que triunfe donde han sido tantas las esperanzas frustradas, donde han sido tantas las desilusiones?”.
Mesianismos políticos, sociales, económicos, incluso religiosos, siempre se presentan como otras tantas fuerzas, como poderes atractivos, como la solución al marasmo de los hombres. Todos esos mesianismos reclaman para sí una obediencia total, una obediencia ciega, una obediencia sin condiciones. Y uno tras otro se van derrumbando, asfixiados todos por el totalitarismo que los caracteriza, que los distingue. Los poderes humanos es posible que tomen las riendas por un tiempo más o menos largo, pero al final se acaban, al final terminan y hacen que terminen también las ilusiones.
Así sucumbió en otro tiempo, la soberbia Jerusalén y sucumbió y fracasó bajo el peso de su prestancia, en el mismo lugar donde los sacerdotes veían llegar la inmensa multitud que procedía de todos los pueblos. Entonces ¿vale la pena esperar? ¿Vale la pena entusiasmarse? ¿Vale la pena soñar?
La doctrina acerca de Cristo tiene su comienzo en el silencio. “Enmudezca y recójase, pues es el Absoluto” (Kierkegaard). Esto nada tiene que ver con el silencio mistagógico que, en su enmudecimiento, no pasa de ser palabrería del alma consigo misma. El silencio de la Iglesia es el silencio ante la Palabra. Al anunciar la Palabra, la Iglesia verdaderamente cae de rodillas en silencio ante lo Inefable y lo Inexpresable. La Palabra hablada es lo Inefable. Y lo Inefable es la Palabra. Pero la Palabra ha de ser hablada, porque es el gran grito que resuena en el campo de batalla (Lutero). Sin embargo, aunque sea gritada por la Iglesia para el mundo, la Palabra sigue siendo lo Inefable. Hablar de Cristo significa callar. Callar de Cristo significa hablar. La Palabra fecunda de la Iglesia, nacida del fecundo silencio, es la predicación acerca de Cristo.
Lo que intentamos hacer es ciencia acerca de esa predicación. Sin embargo, sólo en la predicación se revela su objeto. Hablar de Cristo deberá significar, necesariamente, hablar en el espacio silencioso de la Iglesia. Hacemos Cristología en el silencio humilde, insertos en la comunidad sacramental que adora. Rezar es, a un tiempo, callar y gritar delante de Dios y en presencia de Su Palabra. Como comunidad, nos hallamos reunidos en torno al contenido de Su Palabra, Cristo. Sin embargo, no estamos en un templo, sino en una clase. Y en este recinto académico debemos trabajar científicamente.
Como Palabra acerca de Cristo, la Cristología es una ciencia totalmente especial, porque su objeto es Cristo, la Palabra, el Lagos. Cristología quiere decir Palabra de la Palabra de Dios. Cristología es Logología. Consiguientemente, la Cristolo gía es la ciencia por excelencia, porque todo en ella gira en torno al Logos. Si ese Logos fuese nuestro propio Logos, entonces la Cristología sería la reflexión del Logos sobre sí mismo. Pero el Logos de la Cristología es el Logos de Dios. Su trascendencia, pues, hace de la Cristología la ciencia por excelencia, y su origen extrínseco la convierte en centro de la ciencia. Su objeto conserva permanentemente su trascendencia, porque se trata de una Persona. El Logos que aquí abordamos es una Persona. Este hombre es el Transcendente... Así pues, la Cristología es el centro aún no conocido y secreto de la universitas litterarum.
Dietrich Bonho.ffer
en su primera clase de Cristología,
Berlín, verano de 1933.
(Gesammelte Schriften, 3. Munich 1966, p. 167)
¿Es oportuno publicar un nuevo libro sobre Jesús de Nazaret? ¿Es posible decir algo nuevo que no se haya dicho en estos últimos dos mil años? ¿No hay una exageración de libros que hablan sobre Jesús? ¿Qué puede aportar otro más a esta desmesura editorial y mediática? ¿Quién se atreve a publicar un libro sobre Jesús en un contexto en el que será examinado con lupa? Estas preguntas, y sus respuestas negativas o escépticas, serían suficientes para abortar este libro; sin embargo, muy al contrario, son precisamente las que mejor legitiman el objetivo de este libro: ante tantas publicaciones y opiniones, ante tanta polémica y crítica, es posible y oportuno pre- sentar Qué se sabe de... Jesús de Nazaret.
Así pues, el objetivo de este libro no es, propiamente, presentar a Jesús de Nazaret; o no lo es de modo inmediato. El propósito es mostrar cuáles son los temas más importantes de los estudios sobre Jesús, qué se sabe sobre él, cómo se ha presentado y cómo hemos llegado a donde estamos, qué perspectivas predominan, cuáles son los temas candentes o polémicos... No pretendemos, por tanto, “echar más leña al fuego” o añadir controversia, ni presentar las opiniones de los autores de este libro al debate sobre cada tema y aspecto, sino hacer una presentación sintética y equilibrada de “lo que se sabe” sobre Jesús de Nazaret.